domingo, 16 de octubre de 2011

¿QUIÉN SE QUEDARÁ SIN SU TAZA DE CAFÉ?

Quizás esta sea realmente una reflexión que no tardará mucho en llegar. Una vez asumida que la Crisis lejos de ser una recesión se ha convertido en el nuevo sistema económico donde países tercer mundistas se embarcan en su ascenso a países en desarrollo dejando a otros muchos sin su derecho a café, nos obliga a tomar una nueva visión acerca del asunto. Y ahora hay que lamentar que por desgracia no haya café para todos. Ésta cuestión dará lugar a innumerables debates sociales acerca de la jerarquización de medios y su distribución a lo largo del globo.

Los ricos seremos menos ricos y los pobres menos pobres. Con amplia perspectiva se trataría de una reflexión humanística de reparto de riqueza. Y precisamente mediante dicho reparto de riqueza surgió en su día la clase media y la economía capitalista, debido principalmente a que se generó suficiente dinero en suficientes manos distintas de manera que hubiera un caudal potente de bienes y servicios que satisfacer.

Pero de nuevo, nadie quiere quedarse sin café, porque las diferencias ya no solo estriban en que ese café sea elaborado mediante un delicadísimo aparato de marca o contenga un aroma exquisito. La diferenciafundamental  radica porque muchos a los que nunca les ha faltado una buena taza de café con un par de cucharadas de azúcar, ahora sí les puede faltar, y no solo alguna mañana fría, si no durante largos inviernos helados. Y lo complicado de ésto, es que al cerebro humano le cuesta muy poco adaptarse a los cambios que considera positivos (un nuevo coche, un mejor sueldo, una casa más grande), pero en contra y por mera cuestión evolutiva se muestra muy reticente a aceptar los cambios que implican una devaluación de su estatus, poder o dignidad.

Todos estudiamos desde pequeños y prácticamente de manera inconsciente cuáles son nuestras principales ventajas frente al resto y cómo son evaluadas dichas ventajas por nuestro grupo. De hecho, de manera algo brusca y hasta hace no mucho tiempo, el sistema de evaluación más difundido en las sociedades modernas (pero también primitivas), era el que categorizaba a la mujer según su belleza y juventud y al hombre por su patrimonio y éxitos sociales. Esta jerarquía de valores era predominantemente establecida por el varón, pues buscaba compañeras fértiles y agradables con carácter tímido y obedientes, mientras él demostraba su poder y riqueza para ganarse el respeto y admiración del grupo y a su vez la capacidad de mantener económicamente a su familia.

Con la instauración de la Democracia, se trata de procurar similares oportunidades a los ciudadanos sin preocuparse mucho de su procedencia, sexo, condición o pensamiento. Trata de evaluar el talento o el aporte al grupo en un clima más igualitario y donde cada uno pueda demostrar realmente si es útil o no eliminando juicios previos que devalúen o enaltezcan sin justicia.

El inconveniente es que las demandas del grupo (sociedad, Estado) varían a lo largo del tiempo y es necesario conocer qué condiciones serán apreciadas por el grupo para entender que estamos dentro del saco y podremos llevarnos nuestro puñadito del café, aunque nos lo tengamos que preparar y servir nosotros.

La nueva perspectiva que contempla el "ser útil" para el grupo surge por la extrema valoración que se dá a los trabajos intelectuales por delante de los trabajos que requieren fuerza física. Es cierto que en épocas anteriores, un varón joven y fuerte tendría mayores y mejores oportunidades laborales por ser más apto para el trabajo. Y precisamente en base a esta distribución del trabajo surgió el aférrimo machismo que ha controlado a la sociedad desde hace milenios, donde el hombre cazaba para el grupo y la mujer "solo" reproducía y criaba niños al igual que recolectaba pequeñas plantas y frutos. De esta manera siempre ha existido una clara predisposición a enarbolar al hombre y desprestigiar el papel de la mujer. Pero hoy en día cuando se ha demostrado que hombres y mujeres tienen una media de cociente intelectual similar y donde pueden desarrollar trabajos con igual competencia, el valor añadido de las mujeres viene de la capacidad de reproducir y criar niños en una sociedad sin apenas infantes.
Ahora estética y honradamente no se les exige tanto a las mujeres, pero sí que se les exige la misma competencia profesional y el mismo rigor en el trabajo que a sus compañeros masculinos. Cuando la mujer debe dejar su imprescindible valor biológico (ovarios, óvulos, placenta...) para la concepción de un bebé siendo éstos aún insustituibles por la ciencia y debiendo aportar después mucho más tiempo en la crianza y educación de los hijos, al igual que a la relización de las tareas del hogar (unas 2,15 horas más al día que los hombres en España); ¿no es curioso que la sociedad les siga exigiendo la misma competencia profesional a las mujeres para cobrar de media un 30% menos e ignorando todo el trabajo gratuito que realiza? ¿cuánto tiempo seguiremos negando su insustituible valor económico como mujeres reproductoras?. Al igual que pasó con el cuidado de ancianos y enfermos, una labor antes desarrollada por las mujeres totalmente gratos y que ahora le cuesta al Estado cientos de millones; veremos en poco tiempo una retribución asumible para las mujeres donde se les compense económicamente por la consagración del cambio generacional y revitalización económica que ofrecen con su maternidad.

Igualmente los hombres ya no tienen que demostrar lo masculinos, vigorosos y poderosos que son o quieren llegar a ser. El "Dimorfismo Social" se diluye dando paso a nuevos prototipos de hombres y mujeres más andróginos que para ser útil entre ellos y con los demás, deben aportar más valor conjunto y por separado, con menos roles y con más capacidad de ambición.

Nadie se quiere quedar sin su taza de café, pero tendremos que empezar a cuestionar, evaluar, reflexionar y premiar aquellas facetas que aportan valor directo a la sociedad (al grupo) con mayor prevalencia sobre otras facetas que aportan menos valor o son más fácilmente prescindibles. De esta manera las personas seguirán encontrando compañeros emocionales y sexuales más prósperos, donde puedan recrearse nuevas vidas en mejores condiciones y con mayores medios y donde cada uno como valor individual pueda aportar al grupo su personal economía.

Y es que, si queremos meter a la mayor parte de la gente en el saco y seguir beneficiándonos de un estado de bienestar que no solo viene dictaminado por nuestras necesidades cubiertas, si no por la satisfacción a nivel general de un crecimiento equilibrado y sostenible, y no solo para el medio ambiente, si no para la sociedad en general, tendremos que seguir evaluando aquellas características que nos han hecho más humanos, más prósperos y más felices. Una sociedad que nos ampara desde que nacemos y somos totalmente improductivos, hasta que pasamos los 60-70 años y nos pasamos de mayores.

Quizás nuevamente todo esté en un mejor reparto de la riqueza sabiendo jugar con los factores para que el que bebe café, pueda seguir haciéndolo y que quiere café, también pueda tomarlo aunque sea en vaso de plástico. Pero también para el que quiera producir café, tenga campos donde cultivar y mercados donde vender.

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